Si has sido niño en Calahorra llevarás marcado a la brasa, más que a fuego, el evocador aroma de pimientos asados en las calles.
No hay sentido tan capaz de traernos el pasado al presente como el olfato; nada tan potente como un aroma para que estallen en el pecho los sentimientos y nada en el mundo cuya esencia se parezca ni remotamente a la de los pimientos sobre una hornilla caliente.
En un mes por sí solo tan nostálgico como septiembre, doblar una esquina y aspirar la esencia de las hortalizas humeantes calentando su carne escarlata es revivir la vuelta al cole forrando libros, el olor de los lapiceros y las hojas amarillas y marrones cayendo de los plataneros mientras pones tu nombre en los cuadernos de caligrafía.
Cuando mi padre tenía 60 años, yo pensaba que él era ya muy mayor y contaba cosas de su infancia que a mí me parecían de un mundo muy lejano. Ahora que ya rozo esa edad, me pasa lo mismo y me veo sentado en las escaleras del portal de mi casa viendo a la gente del campo volver de sus quehaceres. En un mundo tan silencioso como aquel, incluso desde detrás de los cristales me llegaba el rítmico y pausado sonido de los cascos de las caballerías que subían por la avenida de la Estación para atravesar el Mercadal.
Siempre al atardecer, aparecía aquella sucesión de carros de madera y metal firmados por “Fidel”. Invariablemente venía montado un hombre con boina envuelto en manta de grandes cuadros grises o de rayas marrones. El cuadrúpedo –generalmente un caballo robusto– avanzaba pesadamente con la cabeza inclinada hacia delante tras vencer el esfuerzo de la cuesta y cuando las tardes ya eran frías, por sus fosas nasales resoplaba enérgicamente dos chorros rectos de vapor que reflejaban la potencia de la bestia. Una perrita muy pequeña, vista al frente, seguía con celeridad el paso del vehículo atada a una larga cadenilla que colgaba desde la parte de atrás del chasis. De vez en cuando aparecía un vetusto tractor expeliendo a estruendosos golpes de explosión un humo negro por su chimenea y exhibiendo impúdicamente el movimiento de su motor en una gran polea que giraba al paso de una ancha banda de goma. También a veces llegaba el repiqueteo más suave de una Vespa o una Lambretta con un hombre al manillar y la mujer sentada de lado en el asiento de atrás con su falda, su pañuelo en la cabeza y una cesta en el regazo.
Aquellos carros, según la estación iban a veces llenos de alcachofas DE CALAHORRA o de pochas DE CALAHORRA para desgranar en la bajera o de pimientos DE CALAHORRA. Y no faltaban en las aceras mujeres y abuelos preparándolos para la conserva casera. Ya lo creo que los había, ¡a decenas!
Sin embargo cada año resulta más difícil encontrar en el septiembre de mi tierra estos efluvios que le son propios; así que dar con dos señoras en la avenida de Valvanera avivando el carbón con un periódico doblado, me sorprendió y me alegró al mismo tiempo.
– ¡Ayyyy. No nos saques foto que vamos sin arreglar!
– ¡Nada mujer! ¡A ver cuándo se ha puesto uno de fiesta para asar pimientos!
Esto es así: la bata y el mandil corto, la hornilla, el carbón o la leña, unas pinzas para dar vuelta a los pimientos rojos o entreverados, y el periódico para encender y avivar las brasas y para envolverlos para que suden.
¡Ah! Y pelarlos sin “eslavarlos”, que el agua les quita el sabor. El pipote fuera y la piel en trozos lo más grandes que se pueda. Las nuevas variedades de Piquillo se pelan como quiera y en un momento; pero el pimiento del Cristal… Aaaaamigo, eso es muuucho más puñetero; hay que asarlo muy bien y si no tienes cuidado te llevas la carne con el pellejo, así que de algunos sólo puedes sacar unas tirillas que serán el oro para comer después vuelta y vuelta en la sartén con unos ajitos fritos, o con un lomo de olla o, si son enteros, rellenos de bacalao y hasta con unas gambas o con carne picada. Los pimientos de cuerno de cabra (Cornicabra) se dejaban mejor para secar, pasándoles una liza por el rabo para colgarlos después en el alto
El tesoro de Calahorra, el pimiento y su gente, son como todos los tesoros; como todos los metales preciosos: se encuentran siempre en la tierra y de ella salen con esfuerzo y dedicación.
✍🏼 Santiago Fernández Cascante