
Si decimos que hay trabajos que solo pueden hacerse por vocación probablemente lo primero que le venga a la cabeza es un médico, o acaso un sacerdote o incluso un maestro…
Sin embargo, cuando uno habla con un transportista como Blas Moral O Ángel Lloreda, es fácil convencerse de que éste es también un trabajo vocacional. Al menos si nos referimos a lo que antes conocíamos como ‘camionero’, ese conductor que recorría España mostrando orgulloso en la visera de su camión el nombre de su mujer o de sus hijos y que disfrutaba de largas conversaciones con otros conductores en ruta a través de en su atenta de 27 Mhz. Aquella gente forjada por las experiencias de la carretera y con un profundo sentido del compañerismo aún cuando los otros conductores pudieran ser, en cierto modo, la competencia.
Blas y Ángel son dos de esos transportistas que se jubilan próximamente. Ellos nos han contado lo que era esta profesión que ahora dejan con muchos recuerdos y hoy por hoy, con más alivio que pena, porque la logística actual ya no es lo que era antes. Y es que ambos coinciden en que la profesión ha cambiado mucho de cuando ellos comenzaron a hacer sus primeros kilómetros montados en aquellos viejos camiones.
BLAS MORAL, UN FELIZ ENCUENTRO CON EL CAMIÓN
Blas ha tenido varios oficios y se jubila con 67 años feliz de haber sido transportista. El hermano mayor de una familia de cinco hijos, Blas comenzó a trabajar a los 12 años. Se recuerda a sí mismo de niño repartiendo pasteles, “y así estuve hasta los 16 años en que ya empecé a hacer tartas”. Pero se trabajaba «de sol a sol Y de lunes a domingo», así que optó por ir a Arnedo con dos de sus hermanos a trabajar en una fábrica.
Poco estuvo allí porque el título de soldador que se había sacado en la “Escuela de Trabajo”(hoy FP) le valió para cambiar de empresa y dedicarse a montar cerchas, colgado de andamios y sin máscara, como se hacía antes. “Mi novia, que hoy es mi mujer, andaba siempre diciéndome: ¡cambia de oficio!, porque, ¡claro! trabajábamos sin máscaras y con las chispas saltándote a la cara y, por más que cierras los ojos… te coge la eléctrica”.
Lo del camión no llegó hasta que hizo la mili donde le propusieron sacarse el carnet de Primera. Aún recuerda lo que costó: “¡2.500 pesetas lo que hoy serían más de tres mil euros¡”, comenta.
Charlamos de lo duro que es este trabajo y asiente: “La verdad es que esto te tiene que gustar”. En entonces cuando seguramente le vienen a la cabeza esos días de tiempo infernal, muchas noches por la carretera, domingos de trabajo… hasta que dice: “Yo no he visto nacer a ninguno de mis dos hijos”.
Blas, como Ángel, han sufrido las carreteras durante el estado de alarma “con todo cerrado, sin poder parar en ningún sitio a comer ni a nada”. Ahora tan cercana su jubilación no puede evitar recordar cuando era joven y admiraba a los que como él se ganaban la vida en el camión.
Blas no puede ocultar que le duele ver cómo, aunque se ha ganado en comodidad, a cambio, otras cosas han empeorado: «Antes cuando descargabas, veías a los de allí remangados y con su puro. Ahora vas a descargar y te recibe cualquier muchacho que trabaja de guarda y le ponen una gorra de plato, que va, te mira por encima del hombro y te hace un gesto con desprecio”.
Sin embargo aún con todo, no hay amargura en sus palabras; al contrario, hay pasión por un oficio del que conserva para siempre gratos recuerdos como “aquellas paradas en el Restaurante 103 de ruta a Madrid que podíamos juntarnos casi viente cenando o comiendo” .
¿Y el balance? le preguntamos. Pocas palabras necesita Blas para resumirlo: “Mira, yo me lo he pasado de p… m…” y nada más hay que añadir a toda una vida de trabajo, millones de kilómetros rodados en cuatro camiones.
ANGEL LLOREDA, DEL CAMPO AL CAMIÓN
Parecidas impresiones tiene Ángel Lloreda que va a cumplir 67 años y que una vez jubilado, quizás pasado este tiempo de pandemia, pueda ir a con su mujer a disfrutar de su piso en Santander y no coger el coche más que para lo imprescindible.
Ángel no tiene unos recuerdos tan vívidos de sus inicios en el camión, que fue allá por los años ochenta. “¡Ya ni me acuerdo!” dice, pero luego nos cuenta que fue por una de esas casualidades, puesto que anteriormente fue agricultor.
«Comencé por un amigo mío, fabricante de conservas para el que trabajé un tiempo. Después he estado en muchas empresas y todas han ido cerrando, nos cuenta, hasta terminar en Mercedes«.
Ángel, al igual que Blas, también es un trabajador autónomo y siente las mismas vivencias que su compañero. Por eso dice que los autónomos “ya no somos como antes que en Calahorra podía haber cuarenta autónomos trabajando por nuestra cuenta y trabajando bien; cargando aquí, y allá… no, ahora somos falsos autónomos y para salir adelante tienes que ir con una empresa grande”.
Por tanto, un buen momento para retirarse con la satisfacción de haber hecho bien un trabajo. No en vano después de tantos años, Ángel puede decir con orgullo que nunca ha dado un parte de siniestro y que incluso la compañía de seguros le dio una medalla por toda una vida ya no como conductor, sino como buen conductor.
En estos tiempos que corren, da gusto dar buenas noticias.

¡Enhorabuena a los dos!